Cosas que tu psiquiatra nunca te dijo

agosto 15, 2018

       Verano, agosto, vacaciones, quizás trabajo a ritmo tranquilo…yo también me apunto, así que hoy publico el escrito que mi colega Carlos Rey, psicólogo clínico y psicoanalista, escribe (o sea que es él quién ha trabajado) hablando del libro que da título a este post, un libro sobre la locura, los malestares psíquicos, los diagnósticos de salud mental del controvertido y devaluado DSM V (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorder) el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association, APA) , los tratamientos biologicistas como único modelo, la medicalización, los grandes intereses de bigs pharmas, la evidencia científica que no es tan evidencia, los efectos secundarios que no son tan secundarios…

Ya he tenido el gusto de publicar en este blog un escrito de Carlos Rey, y me gusta mucho leerlo y fiarme de sus consejos de lectura.

El escrito es tal cuál me lo ha enviado Carlos. Solo he añadido un link a las publicaciones de Abel Novoa en “no gracias”. También lo podéis leer en  este link de “ la Otrapsiquiatría”.

Buen verano. Hasta la vuelta.

Olga Fernández Quiroga

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Lo que los focos no iluminan

Se cumplen cuarenta años de la celebración en Barcelona del II Congreso Mundial de Psiquiatría Biológica, donde su presidente, el Dr. Obiols, marcó la política a seguir: «La Psiquiatría Biológica no aspira a ser una parte de la Psiquiatría, sino Toda la Psiquiatría». No es poco lo que ha conseguido durante todos estos años:  copar la Academia y Clínica oficiales; sin embargo, sus méritos no son otros que haberlo conseguido por devenir en una disciplina de poder. En paralelo, son muchas más las psiquiatrías y psicologías que se están desmarcando del reduccionismo biológico como pensamiento único.

Como prueba de que hay conocimiento más allá de los discursos oficiales, se presenta la publicación por Xoroi Edicions de un nuevo libro de su colección La Otra psiquiatría –dirigida por J.Mª Álvarez y F.Colina– y que lleva por título Cosas que tu psiquiatra nunca te dijo. En este trabajo, escrito al alimón  por Javier Carreño y Kepa Matilla, no hay puntada sin hilo en beneficio del rigor de las ideas a las que van llegado, tras el estudio de la historia y clínica de las sintomatologías psíquicas. Son ideas li(e)bres). Ideas libres que corren como liebres. Ideas liebres porque corren libres de grasa ideológica y conflictos de intereses extra clínicos. Ideas libres porque son como liebres: pura fibra para huir veloces de las servidumbres del cientificismo, pues son ideas que van más allá de las guías clínicas oficiales y protocolos de obligado cumplimiento que amordazan el criterio propio de la experiencia clínica. Los autores quieren «mostrar lo que tu psiquiatra no te dice, pero sí publica en las revistas científicas más prestigiosas. Por tanto, solo intentamos acercar a un público más general las conclusiones de dichos trabajos que, precisamente, ponen en cuestión las supuestas certezas y evidencias del campo de la psicopatología».

Carreño y K. Matilla sostienen que «la locura y la neurosis son defensas ante la angustia, formas de estar en el mundo, en el lenguaje y la cultura». Posiciones subjetivas, más o menos estables a lo largo de la historia, que manifiestan el malestar inherente a la condición humana. Malestar que ha sido relatado, estudiado e interpretado por tirios y troyanos. Montaigne, por ejemplo: «Entre otras pruebas de nuestra flaqueza, no olvidemos ésta: el ser humano no es capaz, ni siquiera con el deseo, de encontrar lo que necesita; no ya con la posesión sino ni siquiera con la imaginación, podemos ponernos de acuerdo en qué precisamos para darnos por satisfechos». En el capítulo II nos refieren la inconsistencia de los diagnósticos de nuevo cuño –«etiquetas top», escriben los autores– en los que han sido agrupados –con más ideología que teoría/clínica– las manifestaciones sintomáticas del malestar. En los capítulos III y IV se cuestiona la aplicación de la medicina basada en la evidencia al estudio y tratamiento del padecer subjetivo, cuyo resultado es la ciencia ficción que pretende dar carta de naturaleza a las 500 enfermedades mentales que figuran en el nuevo DSM. En el capítulo V, los autores nos refieren otros posibles diagnósticos más acordes con la fragilidad del ser humano. Y en el capítulo VI se dedican a la elucidación de los tratamientos: los ansiolíticos, los neurolépticos, los antidepresivos, la Terapia Electroconvulsiva y, finalmente, nos hablan sobre la eficacia de las psicoterapias, centrándose en el psicoanálisis por ser la referencia teórica y clínica de los autores.

Rebobinando. De los síntomas históricos que expresan la aflicción consustancial de la vida, nuestros autores destacan la locura, la tristeza y la angustia, y nos  refieren cómo su psiquiatrización los ha elevado a la categoría de enfermedades mentales que requieren ser medicalizadas. Dicho y hecho. El remedio, los antidepresivos, por ejemplo, han conseguido llamar depresión a la tristeza, incluso cuando no se supera y ya es melancolía. Otro tanto ha pasado con la angustia que se ha diluido en la ansiedad porque el remedio se llama ansiolítico. Sin embargo, como señalan los autores, la angustia ha sido siempre la protagonista de toda la psicopatología. Se expresa en el cuerpo, en la obsesión, en las fobias, en la anorexia, la bulimia y los suicidios. Cito a los autores: «Es frecuente y conocido desde la antigüedad que enfermedades de la piel como la psoriasis, los eccemas, las dermatitis suelen estar desencadenadas y mantenidas por la angustia. (…) También la piel de dentro, el ectodermo de las mucosas del aparato digestivo o incluso el epitelio de las vías respiratorias son nichos para la angustia. Famosas son las gastritis, las colitis, el asma o el reciente síndrome de colon irritable que florecen con la angustia. Lista a la que podemos añadir las cefaleas, los dolores genitales, los dolores generalizados y las contracturas musculares e incluso la fibromialgia, un dolor absoluto, errante, fluctuante, irregular… ».

Las «etiquetas top», a las que se refieren nuestros autores, son los nuevos nombres de enfermedades mentales o sambenitos que, lejos de estar en la naturaleza del ser humano han salido de la chistera de la ideología biomédica: esquizofrenia, trastorno  bipolar, TDAH y la patología dual. Dicen nuestros autores: «La llamada esquizofrenia con la que nos formamos, la de los pacientes crónicos que atendemos desde el principio de nuestra práctica, no es en realidad el verdadero rostro de la locura, sino el rostro de una locura maquillada de neurolepsis. Una locura barnizada con el colorete de lo colinérgico, los labios de la acatasia y el rímel del aturdimiento. Una locura de un déficit provocado por los cosméticos. Una enfermedad no hereditaria sino adquirida… ».

¿Dónde está la evidencia científica en hacer de cada síntoma y síndrome una enfermedad mental con marcadores biológicos no demostrados? Para argumentar las posibles respuestas, Carreño y Matilla nos dicen que han recurrido a los estudios publicados en las revistas más prestigiosas de las psiquiatrías. «Nuestra sorpresa ha sido mayúscula cuando hemos comprobado que gran parte de las opiniones imperantes en las psiquiatrías, que tanta evidencia habrían encontrado, también atesoran otros tantos estudios que demuestran que dichas opiniones no son más que falacias. Estas son las cosas que tu psiquiatra nunca te dijo, aquellos estudios que ponen en cuestión la ideología vigente». Analizando las escalas, los ensayos clínicos, la supuesta fiabilidad de los diferentes DSM, así como la trastienda de los consensos entre sus redactores, nuestros autores llegan a la conclusión de que «no podemos decir que los DSM estén sustentados en la evidencia científica (…) En psiquiatría no hay pruebas de laboratorio mediante las que decidir si alguien padece o no un trastorno. Todos los estudios sobre marcadores biológicos han resultado ser una pérdida de recursos y de tiempo.(…) Esto hace que los diagnósticos dependan de juicios subjetivos fácilmente influenciables por diversos grupos de presión».

Respecto de la elucidación de los tratamientos, los autores nos recuerdan que no curan porque no restablecen equilibrio químico alguno, ya que no existen desequilibrios en las causas sino en las consecuencias de paliar los síntomas con dosis de phármakon que no tienen en cuenta la lábil frontera entre remedio y veneno. A esta iatrogenia inicial hay que sumarle la que se deriva de los tratamientos de por vida. Tratamientos que, no simplemente cronifican el malestar sino que ignoran el abc de toda droga: su principio psicoactivo es puntual y a partir de allí cada vez hay que tomar más para sentir cada vez menos. En el decir de los autores: «Los antipsicóticos, incluso los modernos, provocan la misma anormalidad en el cerebro que la droga conocida como polvo de ángel».

Del estudio de los trabajos publicados sobre los neurolépticos, Carreño y Matilla nos refieren que existen muchos mitos en el tratamiento de la locura: el mito de la base biológica de la locura, el mito del desequilibrio químico, el mito de la evolución deficitaria, el mito de que los antipsicóticos facilitaron el vaciado de los manicomios cuando es a la inversa, el mito de la eficacia de los antipsicóticos, el mito de la medicación a largo plazo. Después de la lectura de lo que sus autores llaman «la verdad de los efectos secundarios», se evidencia que hay un mayor conocimiento de las nefastas consecuencias de los remedios que de sus causas, pues los efectos biológicos negativos de los psicofármacos son un hecho comprobado y comprobable, es decir, un hecho científico; mientras que la causalidad biológica de la psicopatología sigue sin serlo. A lo sumo es una expectativa de la medicina basada en mitos con la que se pretende vender la piel del oso antes de cazarlo.

cosas que tu psiquiatra no te dijo-600x400«Como resume Bentall, –escriben los autores– si los antipsicóticos producen gravísimos efectos secundarios, si a muchos pacientes con un primer episodio les va bien sin medicación, si otros tantos no responden a ella a pesar de que se aumente y si los pacientes que la toman durante años se han vuelto mas sensibles al estrés, ¿por qué los servicios psiquiátricos modernos siguen teniendo tanta fe en los antipsicóticos? (…) Los clínicos deberían valorar la utilidad del efecto sedativo de los neurolépticos en determinadas circunstancias, limitar su uso en el tiempo y, sin duda, explorar el camino de la psicoterapia y la cura por la palabra».

Sobre los antidepresivos, y al hilo de las investigaciones analizadas, nuestros autores llegan a la evidencia de que hay dos hechos incontestables: no hay pruebas científicas de que el síndrome depresivo se deba a ningún estado deficitario y, por lo tanto su medicalización no restablece el equilibrio químico sino que lo altera, «abriendo la posibilidad de un enorme efecto rebote tras la retirada del fármaco», y no como recaída del paciente por desadherirse del remedio que no es tal, pues su efectividad es equivalente al placebo e inferior a la psicoterapia. «Pero ademas, –cito a los autores– al ser drogas activas, tienen una serie de efectos secundarios un tanto desagradables como la tensión, la extrañeza, la agitación y la inquietud que pueden llevar a un sujeto a cometer actos violentos  como el suicidio o el homicidio». En paralelo, la medicalización sine die del síndrome depresivo, está generando un nuevo problema de salud pública al hacerse refractario al tratamiento, más cíclico y, por lo tanto, crónico.

Puestos a ficcionar un manual que refleje la realidad de los nuevos problemas psiquiátricos, los autores consideran que bien podría escribirse un «Manual xenodiagnóstico de trastornos en homo sapiens», con un importante subgrupo: «Trastornos debidos al consumo de psicofármacos en humanos». Un trastorno grave seria «la neuroleptofrenia. Es decir, un cuadro abigarrado de psicosis crónica, distonías, discinesias, aumento de peso, bradipsiquia y apatía fruto del mantenimiento sine die de tratamientos neurolépticos y el trato institucionalizado». En segundo lugar figuraría el «trastorno mundo benzo», basado en «problemas de memoria, abulia, torpeza y sedación… ». Además de las benzodiacepinas también entrarían en este trastorno «los antidepresivos más sedantes participando en el cortejo sintomático con una suerte de anorgasmia, disfunción de la libido y anestesia afectiva». Un subgrupo podría denominarse «benzo en abuelas. Una pléyade de caídas, deterioro cognitivo, torpezas, fracturas de cadena, agitaciones y alucinaciones se han cebado con los mayores siendo en ocasiones peor el remedio que la enfermedad. (…) En tercer lugar, la extraña proliferación de desórdenes afectivos unidos a tratamientos. Se podría llamar el trastorno tripolar, ya que por encima de la clásica división manía-depresión ha sobrevenido sobre la especie humana cuadros de cicladores rápidos, reacciones maníacas, cuadros mixtos e intentos de suicidio extempóreos quizás cebados por antidepresivos, litio y sus combinaciones a veces enloquecidas». Como dijo Abel Novoa desde la plataforma NoGracias:

«La biomedicina se ha convertido en un enorme fracaso social y en un problema de salud pública».

De perdidos al rio podría ser el subtítulo del capítulo que los autores dedican a estudiar las posiciones a favor y en contra de la Terapia Electroconvulsiva. Resulta paradigmático que oficialmente se diga que la química es efectiva pero que si no lo es se pruebe con la seguridad y efectividad de la física. Máxime cuando «muchos de los promotores de la TEC tienen vínculos económicos con empresas que fabrican estas máquinas». Después de la investigación realizada, nuestros autores concluyen diciendo: «Nos cuesta trabajo comprender cómo en la actualidad, en la mayoría de los hospitales, al menos en nuestro país, se sigue aplicando con gran entusiasmo. Está claro que siempre se aduce un criterio pragmático basado en la experiencia práctica de quienes la utilizan: “cuando nada funciona con determinadas personas, la TEC produce efectos extraordinarios”. Sin duda, hemos mostrado cómo la pérdida de memoria y la deshumanización gracias al daño cerebral que provoca, parece ser la responsable de que uno se olvide incluso hasta del dolor que le produce la existencia. Por eso, resulta sorprendente que con estos datos encima de la mesa se siga pensando que puede ser mínimamente beneficiosa».

A la hora de medir la eficacia de las psicoterapias, y en especial la del psicoanálisis, hay que tener en cuenta dos preliminares. Uno: la metodología científica aplicable a un fármaco no tiene tan fácil traslación a las terapias de la palabra. La subjetividad es de cada cual y no tiene cabida en las escalas, los ensayos y las mediciones. Dos, y en el caso concreto del psicoanálisis, ¿cómo compararlo con los tratamientos biomédico-congnitivos-conductuales, si no parte ni comparte con ellos que la eficacia clínica se acote a la eliminación sistemática de los síntomas? Sin embargo, nuestros autores aportan los estudios que demuestran la eficacia del psicoanálisis en el tratamiento de todo tipo de síntomas psíquicos, incluida la psicosis. Al tiempo que desmontan las críticas de que es un tratamiento caro y largo: «El NIMH, por ejemplo, comprobó que si bien la medicación y dos tipos de terapia breve resultaban beneficiosos, con el paso del tiempo ese beneficio iba decreciendo», mientras que el psicoanálisis es eficaz a largo plazo. «Cuando se ha comparado la psicoterapia psicoanalítica a largo plazo con el psicoanálisis, se ha descubierto que la primera producía mejores resultados tras tres años mientras que el segundo mostraba ser superior después de cinco años de seguimiento. (…) El trabajo que se realiza sesión tras sesión suma para que en un futuro las cosas que le puedan ocurrir al sujeto las viva de otra manera». El trabajo requiere tiempo, pero no porque el tiempo lo cure todo, sino porque toda cura necesita tiempo. Y en nuestro quehacer psi ese tiempo, por excelencia, es el tiempo de elaboración.

En sus palabras finales, Carreño y Matilla nos dicen que esperan que su libro quede «como un informe en minoría que junto a otros trabajos pueda ir configurando una opinión mayoritaria para la construcción de una disciplina más humana y sensata». Teniendo en cuenta la muy extensa  bibliografía de la que han tomado los hilos argumentales para construir, puntada a puntada, un discurso propio, bien puede decirse que ni están solos ni en minoría, ya que, por nombrar a los más críticos con lo que los focos no iluminan, les acompañan D. Healy, J. Read, L.R. Mosher, R.P. Bentall, J. Moncrieff, S. Timimi, G. Berrios, R. Whitaker, P.C. Gotzshe, J. Friedberg,  P.R. Breggin, H. Sackeim, R. Warner, I. Kirdch, etc., así como a los que reconocen como sus maestros: Chus Gómez, J.M. Álvarez y F. Colina. Y como dicen éstos dos últimos en el prólogo de este libro, «son cada vez más los estudios que denuncian la falacia del discurso cientificista en el terreno psi. Todos sus principales apoyos son cuestionados y se cimbrean más de lo previsto: unos denuncian el artificio de las clasificaciones internacionales, otros la turbiedad de las investigaciones neurobiológicas y la mayoría ponen en entredicho la prometida eficacia de los tratamientos psicofarmacológicos y cognitivos».

Alberto Manguel, en su ensayo La ciudad de las palabras. Mentiras políticas, verdades literarias,  nos anima «a seguir el consejo de Kafka de aspirar sin poseer, de construir sin trepar a la cima: es decir, de saber sin exigir la posesión exclusiva del conocimiento. Quizá seamos todavía capaces de tales cosas».


PARA UNA CLINICA BASADA EN LA CLINICA: Carlos Rey en «otras lecturas»

marzo 18, 2012

Hace tiempo que deseaba traer al blog alguno de los excelentes artículos que mi colega Carlos Rey publica en la Revista del Col.legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya (COPC). Hoy es un buen momento, ya que celebra sus ocho años de publicaciones, así que aprovecho para felicitarle y expresar mi admiración por su estilo didáctico, ágil, ameno, y a la vez documentado, riguroso y libre. Una combinación estupenda para hablar sobre esa dimensión del ser humano, que va más allá de la salud pero que también se juega en el Sistema de Salud.

Gracias, Carlos, por dejarme reproducir tu texto. Espero que disfrutéis de sus “otras lecturas”.

Libres de grasa ideológica, las ideas que aquí se proponen son como liebres: pura fibra para  huir veloces de cautiverios y servidumbres. Así son los ensayos con los que esta sección celebra llevar ocho años dando la matraca al pensamiento único proponiendo Otras lecturas. Tres de estos  ensayos son potentes críticas al Devocionario de la Salud Mental que utiliza la clínica oficial, esa que en estos lares está regida por la patronal de los grandes proveedores privados de la Sanidad Pública. El cuarto ensayo se presenta como alternativa clínica y ejemplo de que otra práctica (p)sí es posible.

Uno. Veinte profesionales psi del centro y cono sur de América han reunido sus críticas al DSM en un libro de sugerente título: El libro negro de la psicopatología contemporánea. Los psicoanalistas Silvia Frendrik y Alfredo Jerusalinsky son sus compiladores y los que nos lo resumen: «La consigna que nos reunió es analizar las consecuencias de una práctica que considera los signos “objetivos” como datos inequívocos en contraste con el desciframiento y la escucha cuya clave y código se encuentran en el paciente mismo y no en las siglas o las listas de indicadores de un manual. Sólo queda esperar que la fuerza de inercia de la destrucción del sujeto que se practica en la vida contemporánea se detenga al menos en quienes aún se permiten formular dudas y sostener preguntas».

Dos. El ensayo de Christopher Lane La timidez. Cómo la psiquiatría y la industria farmacéutica han convertido emociones cotidianas en enfermedad, ha llegado hasta nosotros precedido de muy buenas críticas y  premios varios, como para provocar  urticaria a cuantos han usado hasta el abuso el seudo-diagnóstico fobia social. En el escrito de aceptación del premio francés a la mejor escritura médica, nos dice: «Deseo que el Premio Prescrire 2010 sirva para llamar la atención sobre las maneras arrogantes, fortuitas y a veces ridículas con las que se aprobaron formalmente 112 trastornos mentales nuevos en 1980. Ese año apareció en los EE.UU. y en el resto del mundo la tercera edición del DSM (…) Al mando del grupo de trabajo del DSM-III, Robert Spitzer despachó los criterios para dos nuevos trastornos en cuestión de un par de minutos. Sorprendidos, incluso sus colegas no podían dar crédito a semejante velocidad. Uno de los participantes contaría después a la revista New Yorker (enero de 2003): “Había muy poca investigación sistemática en lo que hacíamos y mucha de la investigación existente era más bien un batiburrillo -dispersa, inconsistente y ambigua. Pienso que la mayoría de nosotros admitía que la cantidad de ciencia, buena y sólida, sobre la que basábamos nuestras decisiones era bastante escasa”. (…) Lo que mi libro ha conseguido, de un modo que los lectores de los DSM no pudieron hacer, fue juntar las piezas de cuántos de los ll2 trastornos llegaron a existir en primer lugar. Como he dicho, tuve acceso y he podido citar libremente toda la correspondencia, documentos y votos que circularon entre bastidores. En los tiempos en los que no existía el correo electrónico y en los que la información crítica no podía eliminarse con pulsar sólo una tecla, estos documentos permitieron a la Asociación Psiquiátrica Norteamericana patologizar comportamientos para los que se han prescrito y se siguen prescribiendo antidepresivos a millones de personas en todo el mundo».

Tres. Richard Bentall es doctor en Psicología Experimental y licenciado en Filosofía aplicada al Sistema Sanitario (para que luego digan que las humanidades no tienen aplicaciones prácticas). También fue  catedrático de Psicología Clínica en las universidades de Liverpool y Manchester; actualmente lo es en la Universidad de Bangor (Gales). Este autor ha sido premiado en dos ocasiones por la Sociedad Británica de Psicología. En 1989, por su contribución a la Psicología Clínica  y en el 2004, por su libro Madness Explained: Psychosis and Human Nature. Bentall lleva 20 años investigando sobre  la pobreza epistemológica con la que se quiere justificar y validar que la esquizofrenia es una enfermedad mental con marcadores biológico-genéticos, y denunciando, por lo tanto, la facilidad con la que el diagnóstico de esquizofrenia ha pasado de ser una hipótesis provisional a considerarse un axioma, cuando no dogma de fe. Bentall es noticia hoy por la traducción de su último ensayo Medicalizar la mente, donde nos demuestra que ni con la aplicación tramposa de la estadística se consigue reducir la baja fiabilidad de los diagnósticos que tanto la Academia como los mercados nos venden como científicos. Medicalizar la mente remite tanto a la absurda aplicación del modelo médico al estudio de la mente y al tratamiento del pathos psíquico, como a su consecuencia, es decir, a medicar sin enfermedad. Este autor nos anima a que tengamos un criterio propio, nuestro propio modelo, que es tanto como decir que nos atrevamos a pensar con voz propia y construir teorías agrupadas en una psique-logia de nuestro propio quehacer. Si Bentall se emplea a fondo para demostrarnos que los diagnósticos del DSM no son significativos, es decir,  ni científicos ni clínicos, es para que dejemos de beberle los vientos al modelo médico en general y, en particular, a la psiquiatría biológica. Máxime cuando  -como se nos dice en este ensayo- «en 2005 incluso el presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría llegó a lamentar que “como colectivo profesional, hemos permitido que el modelo bio-psico-social se haya convertido en el modelo bio-bio-bio”». Tiene razón, y cada colectivo de profesionales tendrá que hacerse co-responsable de la retallada de lo psico-social en el estudio y tratamiento de lo psíquico.

Los ensayos anteriormente citados coinciden en que fue el liberalismo económico quien favoreció que los neo-kraepelinianos, con el Dr. Robert Spitzer a la cabeza, publicaran en 1980 el DSM-III, y a Mrs. Thatcher y Mr. Reagan bendecir políticamente ese cambio de rumbo. De esos barros, estos lodos. Y vaya por delante que si no se nos hubiera impuesto como criterio único de diagnosis clínica, no estaríamos hablando de este manual que, como dice Bentall,  tiene la apariencia de «menú de un restaurante chino» y «la mayoría de los diagnósticos psiquiátricos son casi tan significativos a nivel científico como los signos del zodíaco».

Por eso es que, como alternativa al reduccionismo biológico que domina las clasificaciones internacionales, propongo al lector interesado el potente ensayo de Fernando Colina, psicopatólogo, alienista del Pisuerga, miembro de la Otra Psiquiatría y jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid. Melancolía y paranoia es el título de este ensayo sobre psicopatología exclusivamente clínica (que ya es triste que se tenga que aclarar que la psicopatología ha de ser clínica); y escrito con una prosa cuidada hasta el mimo. Ayudado del estudio de los clínicos que nos han precedido y la fenomenología de su propio quehacer clínico, nos anima a pensar la locura como un trastorno único y múltiple -las psicosis: melancolía, paranoia y esquizofrenia- según pongamos el acento en las semejanzas o en las diferencias. Dos, a despegarnos del modelo de las estructuras cerradas y discontinuas a fin de que nos permita pensar las psicosis, también, como eslabones de continuidad. Y tres, a plantearnos la existencia de un denominador común en todas las formas de locura y la supuesta normalidad. Que es tanto como decir que: «Entre psicosis y neurosis no habría  ruptura estructural. (…) Sea como fuere, estas dos opciones diferenciadoras, no estrictamente nosológicas, que estudian las psicosis tanto desde la continuidad como la discontinuidad, desde lo común y lo diferente, vienen a oponerse a la inclinación de entender las distintas psicosis como enfermedades naturales, autónomas y específicas, y, del mismo modo, se enfrentan al intento de homogeneizar todas las expresiones clínicas bajo una dimensión reductora»…, y así aplicar la misma prescripción farmacológica.

A pesar de que «la melancolía posee más de veinticuatro siglos de historia, (…) que es la enfermedad del alma por excelencia» y que «la melancolía y la locura fueron sinónimos durante siglos», hoy, dos siglos después de que Esquirol renegara de la melancolía por considerarla cosa de poetas, y «tras quedar durante un tiempo identificada provisionalmente con la psicosis maníaco-depresiva, se intenta dar a ambas por desaparecidas tras el auge creciente y absurdo de la noción de bipolaridad». Los ensayos que aquí se citan coinciden al denunciar que estos reduccionismos de nuevo cuño, al final, nos están dando más problemas que soluciones, pues incurren en una inflación psicopatológica que se quiere justificar con el concepto de co-morbidad, «concepto que ilustra perfectamente la pereza del pensamiento psiquiátrico». Como por ejemplo: «el torpe acto de enjuiciar la depresión post-psicótica como el resultado de la mala suerte de quien después de una esquizofrenia contrae otra enfermedad», cuando «tal tristeza no es sino la consecuencia del duelo del delirio y el retorno del psicótico a una inhóspita realidad». Cuestión que ya en 1575 se lo advirtió a la ciencia, el que ha sido elevado a la categoría de patrón de la psicología: Juan Huarte de San Juan. «Que en alguna manera me pesa de haber sanado, porque estando en mi locura vivía en las más altas consideraciones del mundo, y me fingía tan gran señor que no había rey en la tierra que no fuera mi feudatario. Y, que fuese burla y mentira, ¿qué importaba, pues gustaba tanto de ello como si fuera verdad? ¡Harto peor es ahora, que me hallo de veras que soy un pobre paje y que mañana tengo que comenzar a servir a quien, estando en mi enfermedad, no le recibiera por mi lacayo!».

La invidencia científica (esa de «la causalidad biológica y los modelos conductuales que excluyen la dimensión del deseo y el sentido interpretativo de los actos», y que el discurso universitario le ha procurado púlpito y cátedra) ha fracasado en su intento por desterrar la melancolía del discurso clínico, pues la cantidad de trastornos que se ha inventado -que no descubierto- no alcanzan para sustituir su potencial clínico. Ni como psicosis maniaco-depresiva, depresión psicótica, trastorno bipolar psicótico, depresión mayor, trastorno bipolar, depresión bipolar, depresión unipolar, depresión maníaca, trastorno esquizoafectivo, depresión mayor, depresión endógena, depresión reactiva, depresión menor, ni, mucho menos como depresión a secas, se ha conseguido dar gato por liebre. Lo que sí se ha conseguido es crear un movimiento contestatario al pensamiento único, proponiendo el retorno a la clínica y al sentido común, pues no puede ser que se nos venda en congresos y mesas redondas, que las nuevas perspectivas de la depresión consisten en considerarla como una pandemia del siglo XXI. Para pandemia la medicalización de la vida cotidiana, el maniaco «ánimo prescriptor que lo tiñe todo con su prosaico discurso». Colina señala a López Ibor como «precursor ideológico de esta epidemia», al pretender hacer equivalentes la melancolía y la depresión.

En el mejor de los casos, la melancolía -y la tristeza que la distingue- permite el duelo: la elaboración de la pérdida para que el deseo se renueve y la pulsión siga empujando, más allá de que el objeto -o su perdida- pretendan ralentizar o detener su avance. En el peor de los casos, culpable y fiel a su dolor, el melancólico prefiere el objeto perdido a su propia vida. Siguiendo a Freud, el gran valedor de la melancolía en el siglo XX, Colina lo dice así: «detrás y delante de cada deseo hay un duelo. Una pérdida…(…) es melancólico quien no se recupera, es decir, aquel que no es capaz de trasformar la pérdida agobiadora en estimulante falta».

Respecto de la depresión, Colina es contundente: «En sí misma, la depresión no es una enfermedad», por más que insistan «la multitud de guías y protocolos existentes, que confunden más que aclaran y que a menudo tienen más de panfletos ideológicos que de instrumentos útiles. La depresión debe entenderse como un síntoma plural que puede surgir en la totalidad de los procesos psicopatológicos. (…) La depresión es un avatar del deseo y poca cosa más». Otra cosa es que se la quiera utilizar como eufemismo de la melancolía, como sambenito para medicalizar la tristeza ordinaria, o al que desoye el imperativo social y se atreve a levantar el pie del acelerador y el consumismo. Curiosamente, el capitalismo conoce y explota la lógica del deseo, pues, aunque vende felicidad sabe que lo contrario de la tristeza no es la alegría sino la actividad. Consumismo en el discurso capitalista, consumo no racional en el decir de los que tienen las tijeras por el mango, e hiperactividad en el de la invidencia científica. Para Colina el «TDAH debe verse como la reacción infantil a un conflicto que retiene el deseo, y algo similar cabe decir de muchos comportamientos de los llamados trastornos límites de la personalidad en la adolescencia y la edad adulta. (…) En resumidas cuentas, siempre que el deseo está comprometido, la acción se inhibe o intensifica».

La clínica de los mil matices, como la llama Colina, es aquélla que se abre de orejas a la dinámica o nivel de intensidad del síntoma; cuestión que la aleja del reduccionismo y  diagnosticar a plantilla. La clínica del caso por caso evidencia que no es lo mismo la suspicacia, la desconfianza, la sospecha, la convicción, la creencia, la certeza… que el delirio paranoico propiamente dicho. Esta clínica, que como diría Bentall, considera que las personas se parecen más a las películas que a las fotografías, está mucho más cerca de la condición humana, y su psicopatología es mucho más dinámica  que la de la clínica anglosajona, cuya  pathology equivale a lo que en los idiomas de Europa continental significa anatomía patológica. Así se entiende que la evidence-based medicine, que nuestras facultades de psicología o ingenierías del yo llevan bajo palio…, desprecie el saber que proviene de la clínica, del paciente. La E.B.M. se maneja mejor en la ausencia del sujeto, pues le molesta que se  mueva  o le hable mientras le practica la autopsia.

Y, sin embargo, tal y como nos dijo  Georges Canguilhem en  Lo normal y lo patológico: «En materia de (psico)patología, la primera palabra, históricamente hablando, y la última palabra, lógicamente hablando, le corresponde a la clínica. Ahora bien, la clínica no es una ciencia y nunca será una ciencia, incluso cuando utilice medios cuya eficacia esté cada vez más científicamente garantizada. No existe una patología objetiva. Se pueden describir objetivamente estructuras o comportamientos, pero no puede decirse de ellos que son patológicos refiriéndose a un criterio puramente objetivo. Objetivamente sólo se pueden definir variedades o diferencias, sin valor vital positivo o negativo».   Por eso es que se puede decir bien alto que no existe la normalidad sino lo normativo, es decir,  ideología dominante… que recurre a la Ciencia para legitimarse, con la misma desfachatez que la Ciencia recurre al autoritarismo  para la cuadratura de sus hipótesis y para exigir ser tratada como el único saber posible… y/o permitido.

Pero como nos dijo Antonio Escohotado en el programa de televisión Pienso luego existo: «La ciencia es un mito, en la medida en que nunca puede terminarse. Nunca estará acabada nuestra versión del mundo. Pero esa condición de mítica, en modo alguno reduce su capacidad o su contenido de veracidad, porque su veracidad es la precisión, es decir, hasta qué punto refleja el estado del mundo. Y como naturalmente el mundo ofrece miles de perspectivas, pues miles de perspectivas debe adoptar la ciencia. Lo trágico del pensamiento científico es que, en parte por la profesionalización de los últimos siglo y medio o dos siglos, y en parte por la tendencia natural de los seres humanos a la arrogancia… y al monopolio, pues, lejos de ser una aventura interminable, se constituye como algo que está prácticamente terminado».

La cuestión es que el Saber no ocupa lugar por lo mismo que la pulsión no tiene objeto; y es que la pulsión es tan inabarcable por el objeto como por el Saber. Siendo la Ciencia una rama más del árbol de la sabiduría, no será despectivo -sino descriptivo- decir que la Ciencia es tan parcial como lo es el objeto para la pulsión. Colina lo dice así: «Si por algo podemos identificar al sujeto y a la locura es por su capacidad para escapar de la reducción científica».

La que siempre ha estado a la altura de nuestras preguntas es la literatura, quizás porque como dicen Faulkner y Javier Marías, es como una cerilla que encendida en medio de la noche, sirve para ver un poco mejor cuánta oscuridad hay a nuestro alrededor. Hoy viene como anillo al dedo el pequeño tratado que escribió sobre la melancolía que sufrió el escritor norteamericano William Styron, y que tituló, curiosamente, Esa visible oscuridad. Allí nos dice que a sus 60 años sintió el viento del ala de la locura por el duelo incompleto que arrastraba por una aflicción precoz: la muerte de su madre cuando tenía 13 años. Este es el Saber del paciente: «Hay un elemento psicológico que ha quedado establecido allende toda duda razonable, y es el concepto de pérdida»… y no precisamente de serotonina. «Buena parte de la literatura psiquiátrica disponible acerca de la depresión es de un jovial optimismo, y no escatima las garantías de que casi todos los estados depresivos se estabilizarán o contrarrestarán sólo con que se acierte a encontrar el antidepresivo oportuno. (…) Cuando por primera vez tuve conciencia de que era presa del mal, sentí la necesidad entre otras cosas de formular una enérgica protesta contra la palabra depresión. La depresión, como bien pocos ignoran, solía conocerse por el término melancholía, una palabra que aparece en inglés ya en el año 1303. (…) Melancolía es una palabra muchísimo más apta y sugerente para las formas más funestas del trastorno; pero fue suplantada por un sustantivo de tonalidad blanda y carente de toda prestancia y gravedad, empleado indistintamente para describir un bajón en la economía o una hondonada en el terreno, un auténtico comodín léxico para designar una enfermedad tan seria e importante. Acaso el científico a quien generalmente se tiene por culpable de su uso corriente en los tiempos modernos, un miembro de la Johns Hopkins Medical School justamente venerado –el psiquiatra Adolf Meyer, nacido en Suiza no tuviera muy buen oído para los ritmos más delicados del inglés y, por tanto, no se percatara del daño semántico que infligía al proponer depression como nombre descriptivo de tan temible y violenta enfermedad. Como quiera que sea, por espacio de más de setenta y cinco años la palabra se ha deslizado anodinamente por el lenguaje como una babosa, dejando escasa huella de su intrínseca malevolencia e impidiendo, por su misma insipidez, un conocimiento general de la horrible intensidad del mal cuando escapa de todo control». Styron lo tiene muy claro y así nos lo transmite: «Nuestra quizá comprensible necesidad moderna de embotar los dentados filos de tantas afecciones de las que somos herederos nos ha llevado a desterrar los ásperos vocablos antiguos: casa de orates, manicomio, insania, melancolía, lunático, locura. Pero no se dude jamás que la depresión, en su forma extrema, es locura».

Pareciera ser que si los diagnósticos no pueden ser científicos tienen que ser políticos: monta tanto, tanto monta que sean por que lo dice la mayoría o por el ordeno y mando de los que primero inventan el remedio y luego la enfermedad. Si no pueden ser científicos, no hace falta que sean políticos; los diagnósticos pueden seguir siendo clínicos. Para que no acabe en manos de la policía científica, mejor que la psicopatología vuelva a ser exclusivamente clínica.

Este texto fue publicado en la revista del COPC nº 43 de febrer- marzo 2012. Reproduzco algunas de las imágenes que aparecen en el mismo

Olga


El #15M, la salud pública y el modelo policial

junio 23, 2011

Este post surge al escuchar las declaraciones del President Artur Mas del Govern de la Generalitat de Catalunya respecto a la carga policial contra los acampados en la Plaça Catalunya de Barcelona  del movimiento 15M,  diciendo que el objetivo era “recuperar la higiene y la salut pública”.

El viernes día 27 de mayo, me impresionó la carga de la policía contra los acampados en la Plaça de Catalunya, simplemente por innecesaria y gratuita, pero también la justificación dada por el Conseller de Interior Felip Puig.

El eufemismo de “netejar” (limpiar) es tan ambiguo como indigno. Y falso, según podéis observar en el minuto 13 del vídeo por el lapsus o acto fallido que comete, al decir que el objetivo “no era netejar”.

Un lapsus, en psicoanálisis, expresa la verdad del sujeto, los contenidos enmascarados de su inconsciente. Muy revelador seguir los lapsus, pero tampoco hace falta, ya que  cualquiera que viera la plaza después, pudo comprobar que estaba mucho más sucia. Me indigna, como tantas veces, ese trato a la ciudadanía, negando la evidencia.

El Conseller Puig, se irá más tarde o más temprano (si sigue así, más temprano que tarde), pero la policía quedará y permanecerá su imagen apaleando, algunos con saña, a personas sentadas ante ellos pacíficamente. Por eso creo pertinente que nos preguntemos: ¿Qué modelo de policía desean ellos mismos y sus representantes sindicales?

Aquí tenéis los links:

Comunicado del Sindicat de mossos d’esquadra de CCOO (SME) CCOO, en el que al mismo tiempo que dicen estar en “desacord amb la planificació  d’aquest dispositiu”  (en desacuerdo con la planificación de este dispositivo) agradecen al Conseller Puig que se haga responsable.

Seguramente  no se trata solo de estar en desacuerdo con la planificación o los aspectos técnicos, sino en el dispositivo mismo.

Asociación profesional de policías, reconociendo también algunos errores reprochables y desde luego es encomiable el párrafo que dice  que hay que  “estudiar nuevos modelos de estrategias y métodos para enfrentarse a este tipo de situaciones”,  aunque también se habla de manipulaciones y se culpabiliza a los acampados.

Y nada de autocrítica en el comunicado de SAP UGT.

Sin embargo los responsables de ambos sindicatos, participando en programas de radio, declaran (el representante de UGT) que fue una decisión puramente política:ver la secció d’audios  del dossier de CCOO.

Es una obviedad recordar que la policía es como cualquier otro servicio público y deberían ser los más interesados en definir cuál es su modelo de actuación respecto a la ciudadanía a la que sirven. Delegamos en ellos el uso de la fuerza, pero para que la utilicen siempre en última instancia, cuando no hay más remedio y desde luego no contra las personas a las que deberían proteger. Y si ocurre, lo pueden denunciar.

No entiendo por qué no han protestado ante la derogación de su código ético. Tampoco el por qué de su derogación. Me hubiera gustado alguna explicación de nuestros gobernantes. ¿Algún apartado inconveniente? ¿Algún problema con la ética? Para los que queráis profundizar.

La aprobación del código ético
y la derogación y sus motivaciones

La policía no es una excepción a la participación ciudadana. Nos alegramos cuando realizan sus funciones en bien de la comunidad, pero ¿alguien puede alegrarse al ver las imágenes de su carga contra los acampados en la plaza Catalunya o  las fotos de “el periódico” ?

Una de las cosas que veréis en los videos, tanto en los que divulgan los sindicatos como los que divulgan los acampados es el empeño de la gente en hablar con los agentes: algunos eran  increpados, pero los más, intentaban entablar un diálogo: les explicaban sus motivos, les pedían que entendieran, que se unieran, les preguntaban por su trabajo, les coreaban “somos vuestros hijos” o “deja la porra”. La respuesta de los agentes no era unánime. Algunos respondían entablando un diálogo, breve, eso sí, otros sonreían, otros permanecían  serios pero atentos y otros expresaban su rabia de diversas maneras: gestos de desprecio, órdenes verbales o gestuales de que se sentaran…

Estas dos fotos pertenecen a dos momentos significativos, que os explico:

Foto 1: un policía aparta detrás de su bota  un clavel blanco que le da una joven que se acerca para hablar con el.

Foto 2: otro policía, ante el mismo gesto, pisa con rabia el clavel blanco de la joven (lo siento pero no se observa en la foto)

La BRIMO, Brigada Móvil está compuesta por agentes que deciden estar voluntariamente y que además de acatar las órdenes como colectivo, también tienen “iniciativa propia”. Es esta subjetividad de cada sujeto la que determina actuar con saña o con rabia. Nunca debieran olvidar los responsable políticos esta variable porque no es controlable y deviene especialmente delicada en cuanto detentan, por delegación, la potestad del uso de la fuerza.

La sublimación de determinadas pulsiones puede orientarse tanto a una integración social como asocial. Así, un rasgo sádico bien puede derivar hacía un delincuente/psicópata violento o canalizarse satisfactoriamente en ejercer de cirujano, o un voyeur, encauzándolo como profesional audiovisual  ejerciendo de cámara o fotógrafo, por poner dos ejemplos. Lo cuál no quiere decir que todos los cirujanos y todos los cámaras tengan este rasgo de carácter. Sólo que si lo tienen, puede ser canalizado. Por eso me preocupan mucho las actitudes inconscientes en este ámbito del uso de la fuerza por la policía, sus representantes y los políticos que deciden. Creo que la ciudadanía tiene mucho que decir.

Resulta difícil entender las resistencias institucionales a la transparencia. Puedo suponer que respondan a un determinado programa de Gobierno, pero a la policía no le beneficia en nada. A la ciudadanía tampoco. Y en la era de  Internet, asumirlo es lo mejor que les podría ocurrir.

Gritos de los manifestantes: ¿dónde está el número de placa? Es la primera ocultación y la primera ilegalidad. La policía debiera actuar para evitar problemas, nunca para crearlos

Para muchos resulta muy incómodo ir un día de manifestación con policías reivindicando “prou retallades”   (basta de recortes) y al otro estar ante ellos y sus golpes de porra.

Me consta que muchos de ellos se sienten avergonzados. Tendría que transcender.

Por cierto, la policía tiene un inmenso campo de actuación en la salud pública: el medioambiente, la violencia machista y otras violencias, la cohesión social en los barrios, la salud alimentaria…pero éste no era el caso de la Plaça Catalunya.

Y para finalizar, realmente lamentable, que se amenace con una querella a  una persona tan querida y símbolo de la lucha por la paz durante toda su vida, como es Arcadi Oliveras. Sumando indignación.

Olga Fernández Quiroga