Françoise Dolto, psicoanalista francesa, nacida a principios del siglo XX y muerta en 1988, a los 80 años de edad, dedicó su vida al estudio e investigación del ser humano, pero en especial a la clínica infantil y dentro de ésta no solo trató y curó a muchos niños si no que mantuvo a lo largo de su vida una irreprochable postura ética respecto al universo infantil en todas sus vertientes. Su obra, con un riguroso planteamiento teórico ha sido y es reconocida tanto en ámbitos de la salud como en pedagogía y sociología.
Quisiera transcribir el resumen de un caso que explica en uno de sus libros (Dolto, Françoise: “la imagen inconsciente del cuerpo”, Paidós, psicología Profunda, 1986).
Es el caso de un niño que, abandonado por sus genitores, fue acogido en una guardería y adoptado cuando tenía 11 meses.
A esa edad, los padres adoptivos le dieron un nuevo nombre, Federico, distinto del que llevaba hasta entonces.
Federico es atendido en consulta a la edad de 7 años, por síntomas psicóticos.
El tratamiento descubre que es hipo acústico, así que se le pone un aparato. Se resuelve también un problema de incontinencia esfinteriana y se confirma que es un niño de inteligencia despierta que se integra totalmente con los niños de su edad, pero persiste un problema: la maestra le comunica a la psicoanalista que participa en todas las actividades pero se niega al aprendizaje de la escritura y de la lectura.
En la consulta, Dolto, explica: “…observo que en sus dibujos utiliza letras y particularmente la letra A, que aparece en un sitio y en otro y escrita en cualquier dirección. – ¿es una A?- Hace señas de que sí. Yo repito la pregunta: – ¿y ésta?- (una A al revés).Responde con un “sí” aspirado, mientras que al hablar siempre emite sonidos expirados…”
Dolto, procura averiguar quién podría ser el que él designa con esta A, porque sabe que en la familia no hay nadie que comience por esta letra.
Intenta interpretarla refiriéndose a la observadora de la consulta, cuyo nombre empieza por A, pero no produce ningún efecto. Entonces la madre le revela lo que no sabía: que cuando nació se llamaba Armando.
Segura de que ésta sería la interpretación correcta, Dolto explica al niño que quizás es Armando lo que él significa en su dibujo con todas esas A; que sin duda sufrió por ese cambio de nombre al ser adoptado, adopción de la que él había sido informado muy tempranamente. Pero el niño, siguió ocupado en dibujar y modular y a Dolto se le ocurre llamarlo sin dirección precisa, sin mirarlo, sin dirigirse a su persona, alzando la voz con tono e intensidad diferentes, girando la cabeza hacía todos los puntos cardinales, al techo, bajo la mesa, como si llamara a alguien de quién no supiera dónde estaba situado en el espacio: “!Armando…! ¡…Armando…!.
Entonces el niño se pone a escuchar tendiendo sus oídos hacia todos los rincones de la habitación. Sin mirar a la analista, como tampoco ella le miraba. Llega un momento en que los ojos del niño se encuentran con su mirada y entonces le dice “Armando era tu nombre cuando te adoptaron”.
“…Percibí entonces en su mirada una excepcional intensidad. El sujeto Armando, des-nombrado, había podido re-enlazar su imagen del cuerpo con la de Federico, el mismo sujeto que recibiera este nombre a los once meses. Había tenido lugar un proceso enteramente inconsciente: él necesitaba oír este nombre pronunciado no con una voz normal, la mía, aquella que él me conocía, que se dirigía a él en su cuerpo, éste, el de hoy, en el espacio de la realidad actual, sino pronunciado con una voz sin lugar, por una voz de falsete, o una voz off, como ahora se dice, llamándolo sin dirección precisa. Era la clase de voz de las maternantes desconocidas que él había oído cuando hablaban de él o cuando lo llamaban en la guardería de los niños a adoptar...” (la negrita es mía).
En los 15 días siguientes pudo superar sin problemas sus últimas dificultades en leer y escribir.
De este caso clínico, me interesaría resaltar los efectos que provoca lo no dicho, lo que por cualquier circunstancia no se puede decir y permanece enroscado en cada uno, manifestándose en forma de síntomas más o menos graves en cualquier momento de la vida de un sujeto. Sea como sea siempre son consecuencias devastadoras y sea como sea siempre surgen. Así que por muy terrible que sea lo que hay que decir, siempre se puede decir, aunque no de cualquier manera (para Armando-Federico, sólo fue efectiva una manera de hacerlo),
Quizás os preguntareis a qué viene plantear un caso clínico clásico. Este caso siempre me ha gustado, también Dolto por esa manera suya de trabajar el caso por caso y a la vez analizar el sistema educativo, integrando lo subjetivo y lo colectivo, por la radicalidad de sus análisis, con independencia de que se estuviera o no de acuerdo con ella, por su ética, que ya dije al principio y por alguna cosa más que posiblemente esconde mi inconsciente.
Además, hay otras razones actuales:
- Me acaban de publicar, en formato libro, mi trabajo “guerra civil y trauma psíquico: un estudio de los efectos psicológicos de la guerra y la posguerra en la población actual, 3 años después de haberlo escrito, por la Editorial Académica Española . El catálogo en Amazon y en Morebooks, la tienda online de la editor
- He vivido la muerte de algunas de las personas entrevistadas en el trabajo y quiero que el libro sea un homenaje.
- Todo ha ido a peor. No existe una posibilidad de cambio comparable a la de Armando-Federico. No hay ningún dispositivo en la sanidad pública que acoja a las personas que lo demanden. El Juez Baltasar Garzón ya no puede reivindicar la causa de la memoria histórica, desde la legalidad, porque a él también lo han callado.
- Poder hablar, poder decir, para poder prevenir que más tarde lo no dicho pueda surgir en forma de síntoma subjetivo/colectivo.
- Hoy es 14 de abril. Día de la República.
PS: El precio del libro lo decide la editorial. Si alguien desea comprarlo con un descuento de cerca del 40%, que me lo diga a la dirección de mail del blog olfequir@gmail.com , y lo puedo incluir en mi pedido colectivo.
Olga Fernández Quiroga